

Hace unos días, en una entrevista, alguien me preguntó algo que me hizo detenerme y mirar hacia dentro:
¿Cómo combinas tu creatividad con Pereira?
A primera vista me pareció una pregunta extraña.
¿Por qué tendríamos que hablar de eso como si fueran cosas separadas?
Pero después entendí el fondo. Entendí que no era solo una pregunta, era casi una afirmación disfrazada:
"¿Cómo haces para ser creativa en un lugar como Pereira?"Y lo entendí porque no era la primera vez que escuchaba algo parecido.
Muchos —demasiados— me han dicho que si quiero dedicarme al arte, a la literatura, a la creación, entonces tengo que irme.
Que Pereira es muy pequeñita, que acá no hay cultura, que esto no es Bogotá ni Medellín.
Y aunque entiendo esa percepción… también me rebelo contra ella.
Porque yo sí veo a Pereira como una expresión literaria.
La veo en los grafitis que aparecen de madrugada y nos cuentan historias que nadie pidió, pero todos necesitamos.
La veo en los ojos de una señora en la Plaza de Bolívar que vende café y recita poemas de memoria.
La escucho en los buses, cuando alguien cuenta su vida sin saber que está narrando una novela.
La siento cuando camino por la Circunvalar y me detengo en un café donde un escritor subterráneo lee su último cuento.
🖋️ Arte íntimo, arte periférico
A veces creemos que el arte solo vive donde hay reflectores, grandes escenarios o festivales internacionales.
Pero el arte también florece en los márgenes. En los barrios. En lo sencillo. En lo que no se grita, pero se susurra.
Pereira es así.
No siempre alardea, pero está viva en lo cotidiano.
Aquí se escribe desde el silencio, desde las historias de nuestros abuelos cafeteros, desde las migraciones, desde los acentos que se mezclan en la terminal.
Aquí la creatividad no es una industria, es una forma de resistir.
Hay un poema en cada puesto de frutas, en cada mujer que escribe en un cuaderno sin mostrarlo a nadie.
Hay literatura en una conversación al borde del río Otún, cuando alguien te cuenta un amor perdido mientras cae la tarde.
✨ Pereira no es un lugar sin arte. Es un arte que se vive diferente.
Tal vez no lo ves en galerías cada semana. Tal vez no hay titulares todos los días.
Pero eso no significa ausencia. Significa otra forma de presencia.
Significa que el arte aquí es más tímido, más cotidiano, menos pretencioso.
Significa que no está centralizado, pero está sembrado en muchas manos, en muchas voces, en muchas esquinas.
Yo escribo desde Pereira porque Pereira también me escribe a mí.
🌱 Cierro con esta certeza:
Pereira no necesita parecerse a otra ciudad para ser cuna de arte.
Porque en cada esquina hay un cuento, en cada conversación un verso, en cada mirada una escena que podría llenar páginas.
Así que la próxima vez que alguien me diga que en Pereira no hay arte, solo sonreiré y responderé:
"Entonces no has sabido mirar."Pereira, trasnochadora y morena
Pereira es trasnochadora y morena,
despierta cuando el resto calla,
con música saliendo de alguna ventana abierta
y una historia contándose en voz baja en la esquina.
Tiene alma de grafiti y cuerpo de montaña,
cada muro pinta sus heridas,
y aún así sonríe,
como esas mujeres que caminan con arte en la cadera
y fuego en los ojos.
En la Plaza de Bolívar,
el libertador no tiene caballo ni capa,
pero sí piel desnuda,
mirada firme,
y el corazón hecho símbolo.
Allí, los abuelos se citan cada tarde,
a jugar ajedrez como quien juega con el tiempo,
y se ríen, porque saben que están vivos.
Los helados de Lucerna saben a infancia,
a domingo en familia,
a manos pegajosas y risas eternas.
Y si hay antojo, el olor a Frisby
te llama desde media cuadra,
ese aroma inconfundible
que es parte de nuestra historia popular.
En cada calle hay un verso escondido,
en cada café una canción no terminada,
en cada joven que escribe con sus uñas
el nombre de su barrio sobre el concreto caliente.
Pereira no se jacta de arte,
es arte en sí misma.
Es la mamá que canta mientras friega,
el niño que baila frente al semáforo,
la banda que ensaya en un garaje con guitarras viejas
y sueños nuevos.
Es el grafiti que no solo pinta,
narra, protesta, ama y duele.
Es la feria, el carnaval,
el trovador que improvisa en el bus,
el actor que hace teatro en la calle
sin pedir aplausos, solo atención.
Es el sonido de la chirimía bajando por la carrera octava,
la mezcla entre San Vicente y Cuba,
el abrazo entre lo rural y lo urbano
que solo aquí sabe tan honesto.
Es trasnochadora,
porque mientras otros duermen,
ella conspira con los poetas,
planea revoluciones desde los techos,
y escribe novelas entre luces de farol y murmullos de esquina.
